Nuestro hijo, como creo que harán todos los niños de su edad, producen la cera en los oídos en cantidades que parecen, a veces, desmesuradas.
Ayer, estábamos con unos amigos y mi mujer, que le llevaba en brazos, se dio cuenta que tenía una bolita de cera muy a mano para quitársela, sin necesidad de utilizar utensilios externos, como unas pinzas o un bastoncillo.
Nos avergonzó un poco, la verdad, porque da la sensación de que le llevásemos sucio pero una amiga nos dijo algo que me hizo pensar.
Nos comentó que muchos pediatras insisten en que algo de cera en el oído del niño es beneficioso pero, ¿por qué?
La cera es una mezcla de infinidad de sustancias que segregan nuestras glándulas ceruminosas de los oídos y que, como es pegajosa, muchas veces molesta e incluso con un olor desagradable, pensamos que hay que eliminarla a toda costa.
Y no le falta razón en el caso de que tanto la secreción como la acumulación es excesiva. Hay que eliminarla con los medios apropiados. En el caso de los bebés, hay que eliminar la que está en el pabellón auditivo, nunca meterlo dentro del oído para evitar posibles afecciones internas.
Pero el cerumen tiene su vertiente positiva ya que es un elemento de autolimpieza (en la cera van muchas células muertas de nuestro propio organismo que ya no son útiles), sirve de producto lubricante y, sobre todo, (y de ahí el comentario de nuestra amiga) es una barrera protectora frente a ataques externos y un aliado antibacteriano.
Lo que se traduce en que, por ejemplo, un niño con un nivel adecuado de cera en el oído tiene menos posibilidades de sufrir las (tan temidas) dolencias de oído, entre las que se encuentra la otitis.
En definitiva, al igual que el cuerpo produce glóbulos blancos para proteger al organismo de agresiones externas, también produce sustancias como la cera que tienen su función protectora en el cuerpo. Y en el caso de los, que están más desprotegidos, adquiere mayor importancia.
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