Desde hace un mes aproximadamente, es decir, desde que el pequeño cumplió los diecisiete, nuestro hijo está adquiriendo una costumbre que, creo yo, tiene que ver mucho con su forma de quemar etapas, de alcanzar distintos grados de madurez, de crecer, en definitiva.
Cuando estamos a su lado y quiere hacer algo que no quiere que veamos, nos coge de la mano y nos “dirige” a otro sitio o nos empuja en las piernas, sencillamente, para que salgamos de donde está él. Hay que recordar que no construye frases por lo que su forma de comunicarse para transmitir lo que quiere es mediante gestos de este estilo.
Suele hacerlo mucho siempre que quiere abrir y cerrar el grifo del bidé (al único al que tiene acceso), con el consabido “empape” de manos, brazos, pecho, suelo… Como sabe que es algo que no debe hacer (de hecho, sólo lo hace de manera “controlada y durante muy poco tiempo con alguno de nosotros delante), nos “invita” a que le dejemos solos. Se ve que ya conoce eso de “ojos que no ven corazón que no siente”.
También nos ha mostrado el camino de la puerta cuando quiere investigar en algún enchufe. En estos casos, por el peligro que conlleva, nunca le dejamos solo, por supuesto. Pero él lo intenta.
Y como el pequeño, es sabedor de que es algo que no le dejamos hacer bajo ningún concepto, parece que pone más ahínco a la hora de “pedirnos” que nos vayamos.
Lo último con lo que nos ha sorprendido en esta faceta suya de alejarnos de sus cercanías ha sido un detalle que nos ha sorprendido especialmente, aunque no porque no fuera esperado. Simplemente, el pequeño nos ha pedido intimidad para hacer sus necesidades.
Tal vez ya ha empezado a tener conciencia de la vergüenza, de que hay cosas que son más íntimas y que requieren una soledad que parece más propia de los adultos pero se ve que los bebés también las experimentan.
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