Estoy seguro que todos los padres, en mayor o menor medida, nos hemos hecho de cruces cuando nuestro niño lloraba desconsolado (más si era el primer hijo, supongo que con los siguientes la cosa cambiará algo…) y no éramos capaces de saber a ciencia cierta qué le pasaba, dónde le dolía y, por supuesto, qué podíamos hacer para aliviarle.
Los días en que, cuando el bebé tiene unos pocos meses en los que el niño sólo come, “descome”, duerme y llora, es muy difícil determinar el epicentro del problema para poder atajarlo.Afortunadamente, esto cambia.
El otro día le estábamos poniendo los zapatos a nuestro niño de dieciséis meses.
Son unos zapatos no tapados del todo, con agujeros, para que el calor del verano no le afecte tanto. Y como no para quieto, encoge y estira los dedos de los pies cuando le intentamos meter el zapato e inevitablemente algún dedito se queda a veces al aire, asomando por uno de los agujeros. El caso es que esta vez no salía del todo el dedo pero no estaba bien acomodado y él, sin dudarlo, lanzó un quejido a la vez que levantaba un poco el pie y lo señalaba con el dedo.
Parece una cosa sencilla y tonta. ¡Pero no veáis la de trabajo que ahorra y lo bien que nos viene a los padres!
Estos gestos ya los viene haciendo con cierta frecuencia.Los hace, por ejemplo, cuando se golpea con algo. Enseguida se echa mano a la cabeza y por lo general al sitio donde se ha dado.
Y esto en el caso de nuestro hijo, que (tenemos esa suerte) no se suele quejar mucho cuando se da los golpes que se da (es tirando a bruto; como cualquier niño, en definitiva…) es algo muy práctico. En todos los casos, para reforzar lo que él hace y no deje de hacerlo nosotros “verbalizamos” el asunto preguntándole dónde se ha hecho daño. Porque que los padres transformen en palabras las cosas les ayuda a que acaben haciéndolo ellos y, además de señalar, acaben diciendo qué les pasa.
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