Ser madre 24×7 es un trabajo duro. Pero a los hijos se les quiere tanto, que las madres somos madres a todas horas y, encima, estamos orgullosas de serlo. No sé si os pasa a vosotras, pero yo hay veces que tengo la sensación de que si me separo un minuto de mi hija, estoy desaprovechando mi tiempo, tiempo que no estoy junto a ella disfrutando de su crecimiento, de su evolución, de su día a día…
Siento que si un día no le doy de comer, he dejado pasar una oportunidad para estar con ella apoyándola, ayudándola, enseñándola… Cada pañal que no la cambio, es un rato de risas que me pierdo. Si no la veo dormirse cada noche, siento que la he abandonado a su suerte… Hasta me cuesta perderme las horas que está en la guarde. Si pudiera verla por un agujerito… ¡Qué feliz sería! Pintando con los dedos, comiendo macarrones con tomate por primera vez, sacando los juguetes de los cajones, tirando besos a Chus y Alex…
Necesito estar con ella, disfrutar de cada segundo a su lado: celebrando que dio su primer paso, recogiéndola cuando se tropieza, recibiendo sus abrazos, calmándola cada vez que llora, durmiendo con ella la siesta en el sillón, achuchándola cuando sólo quiere estar conmigo, parloteando, haciendo el indio, persiguiéndola cuando vuela con su correpasillos, construyendo castillos con bloques, cantando “Pica, pica, pollito” y Antón Pirulero”, viéndola hablar por teléfono tan convencida con su bisabuela… Hay tantas y tantas cosas por vivir.
Y es que para mí, ser madre ha sido el mejor regalo del mundo. Despertar cada mañana y pensar que está ahí, esperándome, para jugar otro día más, me carga las pilas. Por eso a mí ser madre 24×7 no me cansa. Porque aunque a veces sea duro, porque me agota, porque no sé si lo estoy haciendo bien, porque me siento cuestionada, porque quiero llegar a todo… ser madre tiene la mejor recompensa del mundo: ver a mi hija sonreír.
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