Si alguien está dudando si tener un hijo o no ya se lo adelanto, no encontrará en su vida instantes tan especiales y únicos como los que nos regalan los niños.Es cierto que te cambian la vida, por supuesto.
Nada vuelve a ser lo mismo en la pareja; al principio, cuando hay tanta inexperiencia y tanto por hacer, cada uno se ocupa un poco del crío mientras el otro se ocupa, algo, de sí mismo, con lo que la relación de pareja se limita a los momentos, ya exhaustos, tirados en el sofá después de cenar apenas.
Es obvio que tener un hijo supone sacrificios esfuerzos, trabajo, preocupaciones, desvelos, noches en vela, malos sueños, salidas a urgencias, visitas obligadas a los familiares, eventos sociales para “enseñar” al niño, problemas de rebeldía, de enfermedades, los propios de la educación, incluso apreturas económicas…
Todo eso es cierto e irrefutable.
Sin embargo, cuando despierto a mi hijo de catorce meses para vestirle y llevarle a la guarde a la indecente hora de las siete y cuarto de la mañana y, después de ubicarse, lo primero que me dedica es una sonrisa de oreja a oreja enseñándome los “dientines” que muestra tanto arriba como abajo, os lo aseguro, se para el mundo, se congela el universo, las preocupaciones no es que pasen a un segundo plano, simplemente, desaparecen y la vida adquiere brillo, color y banda sonora.
Si accede a jugar conmigo y parece que se esconde para luego buscarme asomando ligeramente la cabecita y al verme se pone nervioso, se ríe en un grito, medio nervioso, medio excitado, y corre a los brazos de su madre ante mi “amenaza” de “cogerle el culo” en busca del refugio que él cree seguro para librarse, todo esto sin parar de reír a carcajadas un segundo, os lo aseguro también, ya han podido pasar los mayores males en el mundo, que yo no los siento en ese momento.
Cuando le voy a cambiar el pañal y, desnudito, hago que le como todo el cuerpo y el se encoge, se ríe o hace que me impide la jugada con sus manos diminutas, siento, de verdad, que es insuperable.
Y cuando le veo disfrutar, enternecerse, deshacerse de cariño en brazos de su madre, a la que adora, pienso sinceramente que no hay nada mejor en el mundo.
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